Usuario invitado
17 de octubre de 2024
Al alojarme en el hotel César Lanzarote, comprendí lo que significa el “lujo silencioso.” Esta experiencia única surge en un lugar cargado de historia y belleza, ya que el hotel ocupa lo que alguna vez fue la casa de Gumersindo Manrique, el padre de César Manrique, quien más tarde moldearía el paisaje y la estética de Lanzarote como nadie. Este espacio no busca capturar el lujo desde lo evidente; al contrario, invita a una sofisticación serena, donde cada rincón parece susurrar el legado de los Manrique. Al igual que César abrazó la armonía entre el hombre y el entorno, esta casa –ahora transformada en hotel– ofrece una conexión íntima con la tierra volcánica y los cielos abiertos de Lanzarote. El diseño del hotel mantiene el respeto por la obra de César, abrazando la naturaleza con su arquitectura y permitiendo que la esencia de la isla hable sin interferencias. La experiencia es pausada y contemplativa: desde las vistas al volcán hasta los jardines, todo aquí se siente como una extensión de la misma Lanzarote, un reflejo de la autenticidad que César tanto defendió. La gastronomía honra los productos locales, presentada con una delicadeza que recuerda la visión estética de César, donde lo simple y lo natural adquieren un valor casi sagrado. Y cada momento, envuelto en esta tranquilidad y sencillez, se siente como una oda al espíritu de quienes vivieron en esta casa y la llenaron de sentido. El verdadero lujo aquí no necesita alzar la voz. Se hace notar en los pequeños detalles, en el silencio compartido con el paisaje, en el respeto por la historia familiar que dio forma a este lugar. Es una experiencia de reconexión con lo esencial, un tributo a un legado que, como la isla misma, perdura en el tiempo.