psycodario
23 de junio de 2023
Después de un viaje no demasiado largo, y a poco tiempo de llegar al destino, se adivina el mar, pero antes la vista se puede alimentar de múltiples plantaciones de cítricos, las grúas puntiagudas del puerto de Valencia, las ruinas del Castillo de Bayren o las azoteas de las edificaciones de la primera línea de playa. Si no se discurre por la autovía el trayecto es aún más bello, y se puede tener el lujo de pasar por el Saler, contemplar la Albufera, Sueca, El Perellò.... O las enormes letras que anuncian Cullera, a modo de las de Hollywood en el monte-isla de la Sierra de los Zorros... Entrando a Gandía-Playa continúa la Zarzuela de limones, naranjas y demás plantaciones, regadas por antiquísimos canales que describen la misma trayectoria que la carretera de entrada. La Universidad es el primer edificio que da la bienvenida, y después se recorre el Grau, donde se puede contemplar el propio puerto, la Iglesia de San Nicolás o los ineludibles tinglados, junto a la lonja. Y en pocos metros, aparece lo que fue y algún día volverá a ser el Real Club Náutico de Gandía, seguido de un elegante espigón desde el que el mar regala unas preciosas vistas. Y ahí se encuentra el Hotel San Luis... Antes de detener el motor del automóvil, ya se escucha la carcajada de Dioni, desde la cafetería, y su abrazo será la primera constancia de que queda mucho por disfrutar y descubrir. Adan o David se ofrecerán para ayudar con las maletas o localizar la plaza de garaje, y entre preguntas y recuerdos, aparece la recepción, donde uno siempre sabe que ha regresado a su hogar. Mónica y su eterna sonrisa, Alba con su profesionalidad, el cariño y dulzura de Paola o la amabilidad y constancia de Toñi; dan una sensación de acogida y bienvenida que sin necesidad de fingir colman al huésped de energía, ilusión y deseo de no abandonar el lugar en ningún momento. No es difícil cruzarse con Paco antes de llegar a la que será nuestra fortaleza durante la estancia en la Ciudad Ducal, quien siempre ofrecerá una pequeña, o no tan pequeña, conversación. Nada más abrir la puerta se descubre un aposento que da la sensación de no haber sido estrenado; el servicio de las habitaciones es algo que siempre brillará día a día, año tras año. Después de colocar las maletas y demás equipaje, es el turno de la nevera. Nada más abrirla se descubre la esencia de Pepín, que se encuentra deambulando por las cornisas de la primera altura del edificio adecuando las plantas, y después cualquier detalle de la piscina. Su madre, Doña María, agarra con suavidad la mano de un niño, y con el magisterio de su experiencia le narra alguna de sus anécdotas más pintoresca; acompañada de su también hijo, Salva; quien no vacila en arrojar su original espontaneidad. Don Luis, el otro hijo, observa con autoridad y complacencia que todo está en orden, y Paco, aparece con una bandeja cargada de delicias... Y tantas otras almas que se marcharon, pero que cada vez están más vivas y presentes. Sergio desde la barra dir